Para el chato Vale y para toda

la gallada de San Juan de Miraflores, 

de esa inolvidable década del sesenta.



Desde temprano habían estado preparando sus armas.

- Esta la tumbará al primer golpe, susurró el chato Vale en la oreja colorada del Quetuy.

- Y qué me dices de la mía, canturreó cachaciento el Pancho, mostrando su rostro revejido mientras su raida y alargada media de fútbol giraba en círculos, llena hasta el talón de yeso molido.

- Y tu idiota, que esperas para llenarla, o esperas que te la llenemos, dijo amenazante el chino Edgard.

La pequeña figura del Polaco se deslizó como una tenue sombra hasta que sus delicadas manos se posaron en la acera para juntar el montoncillo de polvo blanco que lentamente fue introduciendo por la boca del calcetín.

Así permanecieron a la espera de la hora indicada, fumando y tosiendo los largos Golden 100 que el chino Edgard había sustraído de la tienda de su madre.

- Cuidado, chino, carajo, con que estés sacando dinero, te rajo, chino, carajo, tú ya me conoces, murmuraba doña Paula, mientras se acomodaba la tirilla del vestido que a cada momento se escapaba de sus hombros, mientras todos tratábamos de elevarnos del piso para por sobre el mostrador de madera ver aquellas enormes tetas blancas que a duras penas cubría aquel grasoso vestido floreado que alguna vez fue nuevo y que nosotros en nuestra ingenua imaginación tratábamos vanamente de desaparecer de aquel regordete cuerpo blanco.

- Chino pendejo, te rajo carajo, como estés sacando dinero o cigarros, ya sabes, ya sabes.

                                                           ***

- ¿Qué hora es?, pregunto el Fito.

- Van a ser las seis y treinta, contestó el cofla Vélez.

Todos se miraron con una complicidad secreta y rieron a carcajadas, “porque la chola va a recibir rico, y su enorme culo quedará blanqui ¡ji! ¡ji!; ¡ay! ¡ay! Va a gritar seguro, pero yo le daré en esa jeta cochina para que no diga ni ¡ay!, ¡ja! ¡ja!, se escuchaba la risa del Quetuy y del Hugo que no cesaba de estrellar su matachola en la espalda del cholo Raúl, que decía “yo requin” a cada golpe y de nuevo el mazo de yeso que ahora le daba en el culo, y “yo requin”, pero el patuleco Hugo que no cesaba de joderlo, hasta que el cofla Vélez le decía “ya basta, no lo jodas, oye”, y sólo así ese concha de su madre se calmaba “y todo porque yo soy cholo y ese huevón es blanco, murmuraba el cholo Raúl, pero cuando vamos a la laguna yo le saco la mierda nadando, por las huevas no soy de Chorrillos y el Agua Dulce mi sitio, donde ahí nadie me jode porque todos son cholos como yo, aunque también hay negros. Ya verá ese maricón, va a pagar toda su pendejada”.

                                                                     ***

“Pobrecita mi palomita, cholita linda, si supieras cuanto te quiero, si supieras como calmo mi deseo de tenerte para mí solito, mi Luchita, mi Luchitita linda, aunque a veces me das cólera cuando te das besos en la Casa Vacía con ese creído del Lalo Carhuanini, y todo porque es gringo y tu chola. Y me derrito de gusto de ver tus tetitas mojadas en los carnavales y me lleno de rabia de pensar que ese gringo machichi te soba las tetitas de gusto y tu suspiras cholita de mierda, mientras yo sufro cada noche en mi cama, sudando todito de pensar en lo lindo que te verás calatita y llorando porque si yo fuera gringo con ojos azules y pecoso como ese huevón seguro que me dejarías darte besos en esa tu boquita de dientes amarillos, pero eso no importa, Luchita, pues son tus tetitas con las que sueño mientras mis manos juguetean bajo mi sabanas cada noche hasta humedecerme de gusto y si yo fuera gringo hoy mismo me casaría contigo y tendríamos los cinco hijos que quieres tener con ese gringo de mierda, gringo machichi, saca tu pichi para hacer ceviche, porque la Chaplin de tu hermana se lo ha contado a la Dali. Y estoy seguro que es cierto porque el chato Vale me lo ha jurado y rejurado, y el chato es mi pata y no me mentiría, chola traidora. ¡Ay!, Luchita, Luchitita, porque has dicho eso de los cinco hijos, por eso estoy juntando este yesito en mi media para darte duro, duro con mi matachola, porque eres linda, pero también cholita”.

- Apúrate, huevonazo, llena más tu media para que le des rico a esa chola putona, me dijo el chino Edgard.

“Este la odia a la Luchita, chino feo, cara de plato, y todo porque la Chaplin no le da bola, y está que sufre el chino cara de culo. Yo la he visto a la Chaplin chapar con uno de los Gamarra en el cine Susy, bien planeada la tenía y el chino Edgar que se mordía los nudillos de las manos de la pura rabia que tenía, porque la Chaplin disfrutaba de lo lindo, bien merecido lo tienes, chino ojos jalados, por qué no la matacholeamos a la Chaplin a ver, por qué a la Luchita y no a la Chaplin, sólo porque te cagas de miedo de que el Gamarra te saque la mierda, porque todos estos matacholeros saben que cuando el Lalo Carhuanini se entere de la blanqueada que le daremos a la Luchita se cagará de risa, porque él no la quiere a la Luchita, Luchitita, porque él tiene su hembrita gringuita como él, que estudia en el San Roque y que su papá tiene plata, por eso la recogen en camioneta, pero al gringo pendejo le gusta vacilarse con la Luchita, y la muy huevona que bien templada debe estar lo sabe y se deja besar y tocar y eso me da cólera y por eso dejo que este chino feo me grite y por eso lleno con bastante yeso mi media y hasta piedritas le pongo para que le duela más a mi Luchita, mi Luchita linda, que no es mía sino del gringo machichi, gringo pendejo, gringo suertudo, gringo ojos azules, pecoso desgraciado que la hace cornuda a la gringuita y putita a la Luchita.

                                                                        ***

Su cuerpo desnudo se reflejaba coqueto ante el espejo, sus pulgares y sus índices pellizcaban inquietos aquellos botoncitos canela que afloraban, tímidos y sumisos, en aquel pecho cobrizo bien formado. La voz de su madre interrumpió su secreto ritual. El portazo sonoro y malgeniado le indicaron que podía disfrutar a sus anchas. “Mamá fuera de casa, como de costumbre”, pensó, mientras cubría su desnudez con un ceñido vestido turquesa que enmarcaba atrevidamente las líneas de su trusa. Calzó sus sayonaras y miró el reloj. Las siete menos cinco. Cogió un Vanidades y se tendió sobre su cama esperando que fueran las siete. “Hoy día lo hare esperar”, pensó. “Sé que lo traigo loco y estoy segura que cuando le diga que hay otro chico que me ronda estallará de rabia y dejará a esa gringa presumida de la Yerti Plaza. Entonces nos haremos novios y tendremos cinco gringuitos, lindos todos y le sacaré la lengua a todas estas chismosas y me iré a vivir a Miraflores y seré una linda gringa porque me teñiré el pelo con agua oxigenada y me lavaré la cara con agua de arroz para verme blanquita. Sí, blanquita como a él le gustan y mis tetitas se pondrán grandes para que se vuelva loco, loco, loco”.

                                                                            ***

Agazapados como apaches en el corralón que colindaba con la Casa Vacía, todos esperábamos ansiosos a nuestra víctima. Miro los ojos de todos y en ellos no veo más que la rabia acumulada por la impotencia de no tenerla para ellos. Todos la adoran y se pajean, la aman, la desean, la atesoran, la harían reina, pero esta noche debe sucumbir en una nube de polvo blanquecino, mortífero para calmar de golpe tanta frustración, tantas noches de insomnio, de manos sudorosas por el esfuerzo de calmar el deseo por esa hembra cuya sentencia de muerte ha sido sellada en secreto.

La luna, sonriente y cómplice, ilumina la Casa Vacía. Ya el señor Pizarro ha enrollado su manguera y entra a su casa. En la acera humedecida por una suave garua, dos sayonaras baratas parlotean en un familiar andar. La figura bien formada de la chola Lucha se detiene frente a la Casa Vacía, donde desde hace mucho tiempo, las paredes sin tarrajear, son testigos mudos de sus citas clandestinas. La Luchita mira sigilosamente a lo largo de la calle y con andar presuroso se introduce en la Casa Vacía. Todo está oscuro, pero la figura femenina conoce cada recoveco, cada pared, cada montículo de ladrillos y certera y segura, esquiva latones, maderos y arenilla.

-   Estas ahí, mi amor, resuena su voz. 

"Mi corazón parece activarse, mientras que todos se mueven inquietos como felinos para saltar sobre la presa”.

- Lalo, amor mío, estas ahí, vuelve a escucharse la voz.

El silencio invade el aire y la luna parece resplandecer más y más aún.

- Vamos, pecosito, ven por tus tetitas, suena la voz por última vez.

Aquellas incitadoras palabras son el detonante para que la rabia, el deseo y el despecho surjan de entre las sombras y callen aquel canto de sirena sibilina. Un primer matacholazo certero y furioso, impacta en el hombro derecho y hace tambalear a la víctima (fue el chino feo, no, estoy seguro que fue el Quetuy). El segundo le da en la espalda semidesnuda y la hace trastabillar. Un quejido se apaga por el tercer impacto que le da de lleno en el rostro (ese infeliz del patuleco Hugo fue el que le metió la mano y le agarro las nalgas, juro que lo vi). Uno tras otro los matacholazos se cruzan por los flancos y dan, y dan y dan en el cuerpo de la Luchita, de la cholita Luchititita y... que ricas tetitas, lindas naranjitas, no cojudo, limoncitos ¡ja! ¡ja! ¡ja!, callen huevones, huevos fritos, ¡ji! ¡ji! ¡ji!, dice el pendejo del cofla Vélez y el Fito, con sus ojos morbosos, musita, canturrea, susurra, y que lindo culito ¡ji! ¡ji!, y la Luchita que salía de la Casa Vacía más empolvada que puta de burdel de cinco mangos, cieguita, con los ojos llorosos y la boca que le quemaba, porque el desgraciado del cholo Raúl le había puesto cal a su media y no yeso, serrano pendejo, cholo malo, ojala te ahogues cholo desgraciado en esa playa de cholos del Agua Dulce, o en la laguna o en esa tina donde se cagan los patos que hay en tu casa, cholo maricón, cómo le haces eso a la Luchita, y tu Fito tartamudo, como le has agarrado su potito, ta, ta, ta, tartamudo, también pendejo como el cholo eres, como tu hermano el cofla, como el patuleco, como el Quetuy, como el desgraciado del Lalo Carhuanini, que no vino a salvar a la Luchita, porque se fue a la fiesta de promoción de la gringa Yerti, gringa machichi como él, y yo esta noche me volveré a consolar con las tetitas que agarró no se quien chucha, pues, había tanto polvo que no vi ni miechica, ese potito cholito que agarro el Hugo, el pato, pato, patuleco, desgraciados, desgraciados, pero yo felizmente me vengué y les escupí las espaldas por lo que le hacían a mi Luchita, y vi cuando el Raúl, el cholo, el nadador (que lindo nadas cholito) le daba matacholazos al pato patuleco del Hugo, cholo lindo, le diste bien duro a ese desgraciado manos pajeras que le agarró su potito bien formado a la Luchita, y más lindo, cholito, porque le reventaste la boca a ese chino ojos jalados del Edgard, sin dientes lo has dejado, bien vengativo eres cholito, bien traicionero por la espalda, pero bien hecho cholo cholito, hoy me duermo tranquilo, contento y triste por mi Luchita.